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El suicidio, un drama olvidado

Actualizado: 13 ene

El último año deja en España unos datos alarmantes que afectan, sobre todo, a los más jóvenes


Fuente: Gaceta UNAM

En los últimos meses en España se han tratado numerosos temas y, como resulta evidente, casi ninguno permanece. Estamos ya acostumbrados a vivir en una vorágine de titulares que se devora a sí misma, nos hallamos envueltos desde hace ya algún tiempo en una especie de espiral informativa que genera noticias sin cesar, noticias que son olvidadas por completo en cuestión de segundos para dar paso a la siguiente nimiedad convertida en novedad. Esta es una de las notas características de nuestros tiempos, el olvido despreocupado.

 

Sin embargo, de entre la amnistía catalana, el discurso del rey, la investidura de Sánchez o el ayuntamiento de Pamplona no se ha tratado un tema transcendental en las tertulias o en los programas televisivos que supera a todos ellos en relevancia pero que no recibe, ni de lejos, la atención informativa ni política que merece. En España, el número de suicidios anuales ha aumentado en cifras históricas. Según el INE, en el año 2022 en nuestro país se produjeron más de 11 diarios de media. Esto es un total de 4.227 personas que decidieron acabar con su vida el año pasado. ¿No merece tan preocupante dato ocupar aunque sea algún discurso político, la agenda de algún ministerio o el plató de determinada televisión?

 

Los datos de este 2023, lejos de mejorar, han empeorado. Tan sólo desde enero hasta junio se registraron 1.967 suicidios, 1.967 personas que decidieron poner fin a su vida. Decía el asesino Josu Ternera en su reciente entrevista con Jordi Évole que a él no le gustaba hacer distinciones entre víctimas – menos mal – aunque acto seguido lo hizo. A mí tampoco me agradaría hacerlo, pues el resultado de la autolisis es el mismo sea uno hombre o mujer: la tragedia. No obstante, como a cierto ministerio le suelen gustar las estadísticas en función del sexo y no quisiera ser yo quien me opusiera a esta forma de analizar las situaciones, dejaremos por aquí un par de datos: el 75,2% de las muertes por suicidio en nuestro país este último año han sido hombres (3.121) frente al 24,8% que representan las mujeres (1.101).

 


Datos del Observatorio Para el Suicidio. Fuente: New Medical Economy

Podría entonces ser sensacionalista y decir que el suicidio se ceba con los hombres, pero como me considero medianamente razonable diré lo que debe ser dicho, que no es más que la realidad: el suicidio se ceba con las personas. La autolisis es ya, a tenor de estos datos y en boca de la nueva Ministra de Sanidad, “la primera causa de muerte externa” en nuestro país. Si profundizamos todavía más en las estadísticas, los suicidios en menores de 30 años han crecido un 7,9%, consolidándose como la primera causa de muerte absoluta, por delante de los accidentes de tráfico y los tumores.

 

Todavía más inquietante resultan los datos relativos a la franja de edad comprendida entre los 15 y los 19 años, que en 2022 aumentó un 41,58% con respecto a las cifras de 2021, casi el doble. Un total de 75 jóvenes acabaron con su vida el pasado año, la cifra más elevada desde que se tienen registros. La llamada generación de cristal o – como diría mi admirado Jano García – “generación sin tragedia” está siendo una de las más afectadas por la lacra del suicidio mientras sigue latente un cierto y popular discurso que defiende aquello de que son precisamente los jóvenes de ahora los que más fácil lo han tenido todo.


 


Mónica García, nueva ministra de sanidad, desde su cuenta de X. Fuente: X

 

Mientras tanto, en la particular mancebía de la política unos se llenan la boca diciendo estar muy preocupados por la defensa de la vida y otros se yerguen como defensores de una supuesta política social. ¿Acaso el suicidio no implica la muerte?, ¿no ha de ser la reducción de las cifras de autolisis una causa social? Como sociedad no existe mayor fracaso que nuestros semejantes encuentren tan inservible su andadura mundana como para que decidan poner fin al trayecto vital, aún más si cabe cuando los que toman tan dolorosa decisión son los jóvenes, generaciones futuras a las que les correspondería el porvenir. Debería ser motivo de vergüenza nacional que los chavales no quieran formar parte de un proyecto común y no tengan voluntad de seguir con su proyección individual. El suicidio mata a más jóvenes que el cáncer. ¡Qué clase de sociedad es esa!

 

No hablar del suicidio no hará que menos gente muera, como tampoco lo evitará la negativa a investigar y reflexionar acerca de las posibles causas de que tantos jóvenes se suiciden. Quizás algo que ver tenga la sociedad en la que estos crecen y se forman, los valores y la moral predominantes, las formas de relacionarse con el prójimo, las facilidades para integrarse y construir un proyecto vital o la pérdida deliberada del valor de una vida humana. ¿Quién sabe? Mientras tanto, habrá dinero para muchas otras sandeces, se prohibirá a los chavales fumar en las terrazas y beberse una lata de cerveza en el parque con sus amigos por aquello de que fumar mata y beber es un vicio indeseable y perjudicial para la salud, pero del suicidio mejor no hablar porque, como todos sabemos, el tabaco mata más que el suicidio, ¿verdad?


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