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El arte no desvaneciente de los vídeos musicales

Sumergiéndonos en las razones de su perdurabilidad en el catálogo de la mayoría de los artistas


Snapshot de la animación del vídeo para la canción Moncler, interpretada por Tinie (2020). Fuente: Youtube
Snapshot de la animación del vídeo para la canción Moncler, interpretada por Tinie (2020). Fuente: Youtube

Nunca he sido de las que gravitan hacia el consumo de vídeos musicales, probablemente porque tuve la bendición de que mi padre me acogiera a su plan familiar de Spotify desde mi adolescencia temprana. Una de las mayores contribuciones de un padre al bienestar de su hija.


Este hecho, sin embargo, no me impide reconocer la inmensa relevancia de esta forma de arte para el mundo de la música. Los vídeos musicales nos han permitido apreciar el catálogo de los artistas en una nueva dimensión, permitiéndoles profundizar en el storyline de su pieza, e indirectamente, abriendo puertas a que su arte toque los corazones de un público más amplio.


Algunos argumentan que hay muchos vídeos que carecen de mensaje e intención. Un ejemplo que suelen poner sobre la mesa es la típica secuencia de billetes, mujeres y coches, que a primera vista puede parecer algo banal y casual, de poca ambición artística. Estamos de acuerdo en que no es el concepto más original e innovador, pero tal vez no se dan cuenta de que esconden detrás suyo las consecuencias del poder como mérito personal. De pasar de abajo a tenerlo todo. Cada video demuestra en cierta medida una narrativa perteneciente a su creador… ¡Hasta meros visualizers muestran elementos estéticos que forman parte de la identidad del artista!


La asignación de presupuesto y grandes esfuerzos a los vídeos musicales han sido un pilar fundamental en la estrategia de promoción de cualquier cantante o grupo en las últimas décadas. La narrativa que ellos - influenciados en gran medida por sus stakeholders, aquellas personas que obtienen beneficios económicos sujetos a la actividad del artista - decidían retratar era esencial a la hora de construir su marca personal, lo que se traducía en un crecimiento casi seguro de su rentabilidad.


La percepción que el público tenía de Britney Spears estaba directamente influenciada por la traviesa e inocente imagen reflejada en Baby One More Time; Sia consolidó su carrera a través de la poderosa entrega de baile de Maddie Ziegler; Michael Jackson alcanzó el punto de inflexión más grande en su carrera con el lanzamiento de -adivinaste- Thriller; y Gorillaz gana toda su esencia como banda teniendo como protagonistas de sus visuales a 2D, Murdoc, Noodle y Russel.



Escenografía del notorio vídeo de Thriller (1983). Fuente: Youtube

Resulta fascinante que, incluso en los tiempos que corren, muchos artistas sigan optando por lanzar enormes producciones en una plataforma (YouTube) de la que no perciben ni una fracción de una fracción de ingresos. Claro está que ganar un margen pequeño por tu obra es propio del trabajo artístico en general, ya que lo mismo pasa en las principales plataformas de streaming como lo son Spotify y Apple Music. Esto les obliga a recurrir a otras fuentes de facturación, como lo son sus giras y la venta de merchandising (esta última siendo más viable para artistas con grandes fanbases). De hecho, según un estudio realizado por Jon Anderson para el portal web Two Story Melody, el 35,6% de los ingresos de un artista provienen de sus actuaciones en vivo.


La diferencia entre las últimas plataformas mencionadas y Youtube, es que su producto principal es la pieza musical, mientras que el vídeo es un añadido del cual podría prescindir. Así que: si los artistas pueden construir todo su branding e historia personal a través de las redes sociales, eso significa que todo el sentido de los vídeos musicales estaría obsoleto, ¿verdad?


Por ende, la razón principal a favor de la supervivencia de este tipo de contenidos es la apuesta personal de estos artistas por utilizar los vídeos como vehículo para mostrar realmente su arte en todo su esplendor: una experiencia visual y sonora que engloba su visión e inspiraciones actuales.


Actualmente no es la norma hacer las cosas “por amor al arte”, dado a que en la mayoría de los casos, es el incentivo económico el cual lidera las decisiones de quienes financian estos proyectos, apostando por propuestas cuya probabilidad de viralidad sea mayor, y poniéndolas como prioridad sobre la visión personal del artista.



Thumbnail perteneciente a la coreografía de Back on 74, single de la banda Jungle (2023). Fuente: Youtube

La banda británica electrónica Jungle, por ejemplo, ha optado por seguir una estrategia alternativa a lo que normalmente se ve en la industria: para su último disco, Volcano, en vez de hacer un vídeo únicamente para los singles, han lanzado uno para cada canción perteneciente al álbum, conectado así una especie de hilo narrativo que se cuenta a través de coreografías por un grupo increíblemente talentoso de bailarines. Si sumáramos su presupuesto, con la escenografía, los guionistas, y los tantos otros costes de su realización, multiplicados por 14 (canciones), no llegaríamos al umbral de rentabilidad directa del AdSense, teniendo en cuenta que la mayoría de esos vídeos no llega al millón de visitas, exceptuando los singles, como suele pasar naturalmente.


Así que podemos argumentar que los vídeos musicales ya no representan un medio de rentabilidad para el artista, ¡y está bien! En lugar de desaparecer, seguirán siendo uno de los medios en los por los que el artista se puede expresar, y probablemente se transformarán y adaptarán a los canales de consumo. Un claro ejemplo son las pantallas verticales de la gira de Rosalía, algo que hace unos años hubiese sido casi incomprensible. El arte de los videos musicales, como todo arte, estará sujeto a las vueltas de la montaña rusa que es el mundo en el que vivimos últimamente.


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